La PAC necesita recuperar el Norte

Si algo nos demostró el último año y lo que llevamos de 2017, es que nada está escrito y que la realidad y las reacciones del ser humano son imprevisibles. Creímos que Reino Unido no saldría de la Unión Europea y, sin embargo, sus habitantes votaron a favor del Brexit; creímos que no ganaría Trump, y ahí está, en el Despacho Oval; creímos, los europeos, tener encarrilada nuestras democracias en un solo sentido y tenemos por delante elecciones en las que se abren inesperadas bifurcaciones. Y, pese a ello, la jerarquía burócrata de la Unión Europea, mientras el mundo gira cambiante a su alrededor, mantiene su inercia, avanza una nueva reforma de la PAC tipo “másdelomismo”; y se dirige animosa a la aplicación del CETA y a la firma de nuevos tratados de desarme arancelario, mientras lamenta la paralización del TTIP.

Esa jerarquía asiste estupefacta al reciente devenir de acontecimientos que sacuden muchos de los pilares que han sostenido las políticas europeas, con un “nosotros a lo nuestro”, como si no acabaran de creérselo, como si lo que sucede no fuera a tener ninguna repercusión y no merecería ni un repaso a la agenda de trabajo.

En otoño tendremos las nuevas orientaciones de la reforma de la PAC, que por lo que se empieza a oír, ni serán de verdad nuevas, ni reformarán demasiado. Seguro que es el momento de ver si este modelo de PAC, que nació con la Agenda 2000 y en el que se ha seguido profundizando desde entonces, no ha socavado cada vez más de los cimientos de la Política Agrícola Común.

La preferencia comunitaria, uno de los principios básicos de la PAC, la han sepultado bajo el manto de la globalización y los acuerdo preferenciales. El mercado único salta por los aires con cada camión español que se vuelca en la frontera sin que haya consecuencias. Y caminamos en el sentido contrario de los objetivos de garantizar un nivel de vida equitativo a la población agrícola, estabilizar los mercados y asegurar el consumidor suministros a precios razonables, porque esta PAC lo que ha hecho ha sido agravar las disfunciones de la cadena alimentaria.

Tenemos una PAC que a fuerza de “simplificarla” y “reforzarla” ya no hay quien la entienda, ni quien la reconozca en sus principios y objetivos más básicos.

Lo mismo la próxima reforma sí que debería ser una reforma, oigan. Un tipo muy listo, con bigote grande y pelo blanco dijo una vez que si quieres obtener resultados distintos no hagas siempre las mismas cosas. A lo mejor deberíamos replantearnos esta PAC, aprovechar la experiencia y aprender de los errores cometidos para afinar el tiro: porque, lo queramos o no, el escenario “geosocioeconomicopolítico” es convulso y los dogmas de la globalización están en cuestión por el deseo patente o latente de quienes dirigen, o pueden dirigir tras las elecciones, algunas potencias que hay que tener muy en cuenta en el concierto internacional.

La Política Agraria Común PAC tiene sentido en tanto en cuanto sea el mejor instrumento para garantizar sus objetivos: rentas dignas a los agricultores y ganaderos y una alimentación variada, de calidad y a precios razonables a los ciudadanos de Europa, en unos mercados estables. Si nos hemos alejado de ese rumbo, hay que aprovechar la reforma para recuperarlo de nuevo.

De la PAC, a Unión de Uniones nos valen sobre todo sus principios y objetivos, y menos, o nada, el batiburrillo de mecanismos que acaba materializándose en acuerdos internacionales que comprometen el modelo agrario que se dice defender; concentrando el valor añadido de la cadena alimentaria de unas pocas y poderosas empresas que imponen precios a productores y consumidores; y acumulando una parte de las ayudas y los recursos, la mayor, en unas cuantas manos, y el resto diluyéndolo en millones de beneficiarios de los cuales, muchos de ellos, tienen una insignificante vinculación vocacional, profesional o empresarial con la actividad agraria.

Nuestra organización trabajará y luchará para que los agricultores y ganaderos profesionales podamos seguir manteniendo nuestra actividad de manera rentable y apostaremos por un futuro común de democracia y bienestar entre todos los países europeos que sufragan el gasto y se benefician de la PAC. Pero hay que recordar que la PAC se puso al servicio de los agricultores y no los agricultores al servicio la PAC.

Seguro que conviene soltar lastres del pasado, aprender de los errores cometidos y reorientar la nueva PAC para que salvaguarde un modelo de agricultura, ganadería y alimentación, el nuestro, que genera riqueza y mueve la rueda del empleo en el medio rural. Un medio rural, cuyos habitantes, no sólo carecen las más de las veces de otras alternativas económicas, sino que además siguen teniendo difícil acceder a servicios públicos básicos como ambulatorios, escuelas, transportes, cultura o comunicaciones.

Se impone para todos un ejercicio de reflexión y responsabilidad sobre hacia donde queremos dirigir la Unión Europea y sobre si, con la PAC y el resto de políticas, hemos estado construyendo en los últimos años una Europa en la que estamos cómodos los ciudadanos o se está invitando a muchos pensar si no se estará mejor fuera. Quienes seguimos creyendo en el proyecto europeo animamos a recuperar el norte, tomando consciencia de que si el contexto no es el mismo, los instrumentos también deben adaptarse.

Ese norte para nosotros son los principios y objetivos de PAC y, con ellos en el horizonte, la próxima PAC hay que trabajarla como sabemos los agricultores, labrando con la mirada puesta en el hito para que el arado trace la besana recta y en dirección adecuada.


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